VI. Úrsula y el destino.
- afb
- 29 oct 2022
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Actualizado: 8 abr
La misma relación de amor-odio tenía con el destino: habitar la faz de la tierra con un propósito personal y único dirigido a saber por quien (Dios, dioses o demonios, aliens o el propio universo haciendo de personaje conspiranoico de serie B) en el que apenas nada se puede controlar le parecía una chufla. ¿Para qué tomar decisiones, esforzarse o reiniciarse, entonces, si nada depende de uno mismo? Se negaba a aceptar que no tenía la voz cantante en su propia vida.
La abuela Lola siempre decía que hay dos tipos de personas: las estrelladas y las que nacen con estrella.
Úrsula se consideraba una simbiosis imperfecta de ambas, como con casi todo. Esa era su costumbre y su fatalidad: estar siempre en medio. La verdad es que tenía su lado bueno. Después de estrellarse acudía su buena estrella a rescatarla, con lo cual siempre acababa de pie. Con un par de magulladuras más, eso sí, que curaba todo lo rápido que sus neuronas diesen de sí según el momento, la circunstancia o el tema. Tardaba poco porque casi siempre se trataba de una huída hacía delante con una venda tupida en el ojo del cogote, por si le daba por mirar atrás.
La misma relación de amor-odio tenía con el destino: habitar la faz de la tierra con un propósito personal y único dirigido a saber por quien (Dios, dioses o demonios, aliens o el propio universo haciendo de personaje conspiranoico de serie B) en el que apenas nada se puede controlar le parecía una chufla. ¿Para qué tomar decisiones, esforzarse o reiniciarse, entonces, si nada depende de uno mismo? Se negaba a aceptar que no tenía la voz cantante en su propia vida. Su espíritu rebelde e independiente no quería sentirse dirigido por nada y, menos aún, por nada visible contra lo que luchar. Pero a la vez no podía creer que las casualidades fuesen sólo eso: casualidades. Ese rayo que entra por los ojos y te atraviesa directo hasta el alma en una fracción de segundo, parando el corazón, dejándote instantáneamente sin aliento, perlando la frente de un sudor frío que desaparece tan rápido como apareció y dejando una huella imborrable en la memoria. Para ver aparecer ese rayo/flecha/cualquier cosa con punta no roma (a veces salvador, a veces matador) hay que estar en un sitio concreto a una hora concreta en una circunstancia concreta, después de dar pasos en direcciones aleatorias (o quizá no tanto), y mirar hacia el lado correcto. Y ahí está: esa persona en ese momento; ese momento con esa persona; esa canción en el momento justo; ese viento que te despeina las ideas; ese algo que formará parte inevitable e imborrable de tu vida -de lo que eres consciente en ese mismo momento-. Por azar. O no.
Por otro lado, Úrsula tenía una intuición que daba miedo. A quien más miedo le daba era a ella misma, que se sorprendía tanto de acertar que cuando notaba ese raro cosquilleo en lo más profundo de su ser, se hacía la loca si podía. La intuición sólo la avisaba de que algo importante iba a suceder, pero no de la bondad o maldad del acontecimiento. Así que le temblaban las canillas con el cosquilleo casi siempre.
Era un día cualquiera, perfectamente normal como para estar pensando en esas cosas; de risas con Mac, según su costumbre. Nunca se había parado a pensar en que sus mejores amigos tenían todos nombre de protagonista de americanada o choni patrio, según el caso. Allí estaba, sentada en una terraza de verano cualquiera con Lele y Mac, un día cualquiera a una hora cualquiera, haciendo chistes malísimos con juegos de palabras con los que se desternillaban de risa.
-¿Has pensado algo para celebrar tu cumple? Veinticinco no se cumplen todos los días.- preguntó Úrsula mientras le daba un sorbo a su "Mac" (vodka con 7up y limón que habían bautizado así por ser el mozo de su derecha el inventor).
-Pues no, nena. Tiesura máxima. Con esto del preparador para terminar la carrerita de una santa vez no tengo money. En casa del herrero, cuchara de palo. Ya sabes.- replicó Lele poniendo los ojos en blanco y cara de rancia en clara alusión a su padre, picapleitos harto de esperar a que su hija se incorporase al despacho.
-Pues nosotros tenemos el chalet en venta, este año fiesta en la piscina no va a poder ser. Al menos en la mía.- soltó Mac con su mejor voz de "estoy soltando una bomba pero no pasa nada".
-¿¡Cóóóómooooo!?- gritaron las dos al unísono soltando los vasos bruscamente sobre la mesa de aluminio haciendo un ruido metálico como de trueno que acabó de darle el toque trágico al momento. Menos mal que la terraza estaba casi vacía o matan de un infarto a unos pocos.
-Mis padres se separan, ergo el chalet se vende.
-¿¡Cóóóómooooo!?- de nuevo.
-Joder, venga ya. Sabíais que mis padres iban bastante mal últimamente.-dijo, contrariado.
-A ver, no te lo tomes a mal- empezó a decir Úrsula agitando la coleta en la que se había recogido la melena rubia (restándole un par de años más a su apariencia-)y mirando de reojo a Lele buscando apoyo para lo que iba a decir- lo de tus padres estaba claro; la indignación, con todo el cariño del mundo, es por la venta del chalet. ¿Pero qué me estás contando? ¿Pero qué culpa tenemos nosotros? ¿Y nuestras fiestas? ¿Y la bodega? ¿La pisciiinaaaa? - lo pronunció todo en un tono dramático y sobreactuado que remató llevándose el dorso de la mano a la frente y dejándose caer en el respaldo de la silla como una chapucera actriz de cine mudo. Consiguió lo que buscaba: sacarle una sonrisa y aliviar la tensión. Ya hablarían de lo importante más tarde, a solas, en los asientos delanteros del coche de Mac aparcado en algún punto remoto de la ciudad con música de fondo; según su costumbre.
-No me seas pava, Greta de chichinabo. Dios proveerá.- dijo en tonos graves, en clara afrenta hacia Lele.
-Cretino- replicó esta, tirando de uno de sus más famosos insultos.
Se quedaron un momento en silencio, mirando al infinito. Úrsula jugueteando con los tirantes de su camiseta de importación alemana (vaya, que se la había traído su tía desde Alemania como todos los veranos hacía con una maleta repleta de cosas para los sobrinos); Lele dándole sorbitos a su "Mac".
-Os daría veinte duros por lo que estáis pensando, pero no quiero perder dinero tontamente. Sé perfectamente en lo que pensáis.-soltó.
-Lo sé.-contestó Mac.
Los tres pensaban en el día en que se conocieron. Las cosas del supuesto destino sobre el que acababa de reflexionar, que nunca sabe dónde y cuándo sorprenderte. Seis años antes, el ánimo de una post adolescente Úrsula resplandecía aquel abrasador 4 de julio, a las cuatro de la tarde, en el que el flechazo de la amistad a primera vista la atravesó por derecho y con fuerza por primera vez, redondeando un estado de gracia general que no era habitual en ella. Ese día le había dado por seguir al cosquilleo. Iba con Lele, Marió y otras compañeras de clase. Se dirigían a casa de un amigo de Marió, que le había cedido el jardín y la zona de piscina del chalet de sus padres para celebrar su dieciocho cumpleaños. La intención era dejarlo todo preparado por la tarde y, de paso, darse un chapuzón en la piscina para aliviar los calores de julio. Subieron a pie desde el centro, cruzando el nuevo soterramiento de las vías del tren, pelado aún de vegetación y por lo tanto muy parecido al desierto, cargadas con toallas, bebidas y decoración para la fiesta. La cosa es que no las había tenido todas consigo. No le apetecía darse la caminata a pleno sol a esas horas para después estar en bañador con un montón de desconocidos (la maldita timidez aún le daba la lata) y no tenía ganas de discutir con su padre por la hora de llegada. Pero ese familiar cosquilleo suyo apareció y apareció tan fuerte que tomó aire profundamente y se lanzó al abismo de sus miedos. Iba pensando en cómo plantearle a su padre el asunto de la hora, ajena al parloteo de las chicas, cuando un coche tocó el claxon y se paró junto a ellas. Se trataba de un Renault 5 amarillo pollo, igualito a aquel naranja en el que Úrsula iba con su madre a comprar al mercado de abastos cuando era pequeña. De primeras, se asustaron un poco. El coche del profesor de Educación Física, que tanto les había hecho sufrir en el instituto, era de ese mismo modelo y del mismo color. Con él se paseaba calle arriba y abajo cómodamente, mientras vigilaba que el alumnado -corriendo y sudando la gota gorda por las empinadas calles de la zona- hiciese los 5,8 km del cross sin atajos. Recuerdo anotado en la lista de cosas para olvidar. Sin embargo, del coche se bajó un chico algo mayor que ellas: delgado, no muy alto, de cabello castaño claro, gafas de sol a la última, vaqueros azul claro, camisa blanca remangada y una radiante sonrisa de oreja a oreja. A la primera palabra las tuvo a todas a sus pies: desprendía amabilidad y simpatía por todos los poros. Se llamaba Manuel. Lo vio y pensó para sí, sin un ápice de duda: "este es para mí". Exactamente lo mismo que dijo un par de meses después cuando, por la rendija de la puerta ya casi cerrada de su clase en la universidad, apareció una chica de melena negro azabache y cuerpo de infarto, adornado con pantalones de piel negros y jersey de canalé amarillo mostaza, musitando un "lo siento" que a Úrsula le atravesó el pecho montado en la misma flecha de intuición, redondeando otro pequeño instante de gracia: "esta es para mí". Vito acababa de entrar en su vida por la rendija de una puerta, como Manuel entró saliendo por una.
Manuel y Úrsula se hicieron inseparables enseguida. Esa noche, la fiesta estuvo impregnada de jazmín y revelaciones. Úrsula aprovechó el tirón y le invitó a su dieciocho cumpleaños, que se celebraría el fin de semana siguiente en un restaurante de postín para el que había pedido a sus amigos que se presentaran "de punta en blanco" en originales invitaciones personalizadas escritas de su puño y letra. En aquella espectacular mesa redonda él se sentó a su lado y prácticamente ejerció de maestro de ceremonias hasta altas horas de la madrugada (su padre había cedido por una vez) en una noche en la que bailaron hasta acabar exhaustos, comieron, bebieron y se descolocaron la mandíbula de tanto reír. Tras esa segunda noche empezaron a sucederse -a un ritmo frenético, como sólo puede serlo a esa edad- las interminables charlas en el coche, las fiestas nocturnas, los bailes excéntricos, los cafés de media tarde y los chapuzones en la piscina. Manuel bailaba con estilo, le encantaba la música, era servicial y atento, tenía sentido del humor, era educado y simpático… Todo lo que una chica podía desear. Úrsula le apodó Mac porque a ella le dio la gana y porque los diminutivos se le antojaban hebras de cariño. Se quedó con Mac para los restos. No se equivocó con él; se convirtieron en amigos íntimos pese a la oposición o malas caras de novias relámpago varias, de la incomprensión inicial de la madre de Úrsula -que, curiosamente dado su historial amoroso, no entendía por qué un chico con novia tenía que quedar para tomar café con su hija soltera-, la distancia durante la carrera de ella, idas, venidas o novios celosos de la intimidad entre ambos. Lo suyo era para siempre. Sabían escucharse y comprenderse sin esperar nada a cambio, por utópico que pudiera parecer. La verdadera amistad. Y entre un hombre y una mujer. Rara avis.
El resto de aquel largo verano siguió su curso con las mismas, salvo una excepción que le agrió el final. Carolina, una de sus compañeras de clase asistente a ambas fiestas de cumpleaños y con la que había intimado mucho durante los últimos meses, se había enamorado de Mac hasta las trancas. Carolina le confesó a Úrsula sus miedos tomando un café el día que se enteraron de que Mac había cortado con su última novia.
-Ahora tú saldrás con él y yo no podré soportarlo.
Úrsula no sabía de dónde se había sacado Carolina tal idea. Suponía que, como el resto, no entendía una relación de amistad entre un hombre y una mujer. Por lo tanto, el roce continuo y la confianza mutua le parecían otra cosa.
-No sé de dónde te has sacado eso. Yo no voy a salir con Manuel. Y en quince días me voy a estudiar al quinto moño. –contestó Úrsula, con cara de pocos amigos.
Carolina siguió insistiendo, cada vez más terca, claramente celosa de toda relación existente entre ellos.
-Pues tendrás que elegir. O él o yo. –terminó diciendo.
-No quiero elegir. Pero si me pones a elegir… lo elegiré a él, que nunca me pondría a elegir. -le dijo Úrsula con determinación y hastío en la voz.
Carolina se levantó de inmediato, la miró desde arriba con la furia reflejada en los ojos y se fue. Úrsula se quedó un rato con la taza de té en la mano, las lágrimas aflorando. Pagó, se levantó y se marchó a casa con el corazón en un puño. Nunca más volvió a verla.
Seis años después tenía claro que no se había equivocado. Allí estaba Mac, sentado junto a ella, desafiando lo que hubiese que desafiar, que no había sido poco ni fácil hasta entonces ni lo sería después. Sin saber todavía que tendría un papel fundamental en una jugada matadora de aquel destino que la obligaba a estrellarse continuamente y a usar los cachitos de estrella aprovechables para seguir adelante más o menos tan rauda (después de sus negras, negrísimas, primeras 24 h de rigor y un mes de estado de ánimo sin ánimo) como se había encaminado al desastre. Lo que estaba claro es que aquel 4 de julio la estrella que fuese había brillado con una luz tan fuerte que la alcanzó de lleno y la llevó en volandas a seguir al destino. O a la casualidad no exenta de causalidad. O a la intuición. Lo que sea. Porque las casualidades nunca vienen solas: están enlazadas en una cadena sin aparente fin que tiene toda la cara de estar calculada al milímetro. Y eso que no creía en el destino. Menudo cacao mental.
-Bueno, pues nada. Saldremos por ahí un poco más a lo loco que de costumbre y punto, ¿no, Lele?
-A tuertas ni a ciegas, ni afirmes ni niegues.
-Ojú. esto se merece otro "Mac".
-Amén.
©Ana M. Fernández Barbero, 29 de octubre de 2022.
Hola! Como siempre me ha encantado éste capítulo ,gracias por hacerme pasar un ratito agradable.😍 Creo que te debes de plantear escribir un libro, Úrsula se lo merece.💫